jueves, 6 de noviembre de 2014

La bestia

La bestia se removió en su vientre, ansiosa por salir de caza. Se había prometido que la anterior víctima sería la última, pero las puertas del infierno se abrieron por enésima vez para que sus demonios se diesen un festín que jamás olvidarían. Poseído por su ansia animal fue callejeando sin rumbo fijo hasta que encontró el sacrificio perfecto. Lo observó desde la lejanía, relamiéndose con gusto; sus claros ojos azules miraban la lejanía con despreocupada alegría, la falta de canas en su pelo rubio demostraba que ninguna preocupación afectaba profundamente la profunda calma de su indiferencia, y la sonrisa bobalicona que enmarcaba la languidez de su rostro no hacía más que asegurarle lo que ya deducía: otro mediocre insulso, otra fábrica de monóxido de carbono andante: otra vida totalmente prescindible por la que ninguna lagrima sería derramada.
Después de regodearse en su propia furia durante unos minutos, se abalanzó sobre su presa y empezó su obscena coreografía de sangre, odio y desgarros, y se abandonó al éxtasis del cazador, embargado por esa salvaje alegría que solo era capaz de sentir cuando se liberaba de las cadenas de su cordura.
Despertó horas después en su apartamento, lleno de cortes y arañazos y con restos de la pulpa sanguinolenta que en otro momento había sido un ser humano pegados a sus zapatos y su camisa. Se desnudó y se dirigió a la ducha. Y mientras el chorro de agua se deslizaba por su espalda, el horror lo golpeó en el pecho como una bola de demolición. No porque lo que había hecho fuese deleznable, ya que no era la primera vez que le pasaba, sino porque ya no le causaba el más mínimo remordimiento. Y eso significaba que la bestia nunca más iba a volver a su encierro.

martes, 4 de noviembre de 2014

Desastres

Apocalipsis preanunciados que nos cogen por sorpresa.
Peleas que se pierden mucho antes de que recibamos el primer golpe.
Ilusiones que se estrellan mucho antes de que despeguemos los pies del suelo.
Torbellinos de realidad que irrumpen en nuestro mundo y destruyen el techo de sueños bajo el que habíamos estructurado nuestra existencia.
Tormentos.


lunes, 6 de octubre de 2014

Fuego

Nunca había pensado en la muerte como algo real. Hasta ahora. La certeza de que hay un final inevitable en la vida de todo hombre lo golpeó en el pecho mientras la observaba desde la distancia, como hacía cuando era pequeño y observaba el movimiento de las llamas con fascinación, preguntándose cómo podía la naturaleza crear algo de una belleza tan salvaje. Aunque, al contrario del chiquillo que miraba ensimismado las llamas, el hubiese dado toda su vida con tal de abrazar esa hoguera que lo llamaba desde la distancia, aún a riesgo de inmolarse en ella. Porque solo un hombre que ha conocido esa llama puede entender lo que significa el final, y aún así intentar capturarla.
Porque la inmolación es un riesgo que vale la pena correr por ella.